ACTUALIZADO ¿Qué harías si te dijeran que en unas semanas vas a tener que entrar en una cárcel de Dubái? ¿Te lo has planteado alguna vez? ¿Con qué amigos cuentas? ¿A quién podrías pedir ayuda? ¿Qué le dirías a tu familia si no tuviera medios para ayudarte? ¿Qué harías con tu piso, tus cosas? Te contamos la historia de Jairo, un chico español que empezará a cumplir una condena de tres meses, o más, dentro de unos días y que, tras arreglar casi todos los temas pendientes, aún le quedaba el último: encontrar una persona que acogiera a su perro Milo.
La hoja de un árbol que vuela en medio de una tormenta de arena en Dubái, acaba posándose sobre la mesa de mi terraza. La miro y veo que está prácticamente seca, cubierta de arena y herida, probablemente por todos los golpes que ha recibido hasta llegar a mi mesa. Somos hojas al son de los vientos de la vida. En cualquier momento, hojas verdes, felices y agitadas en el fuerte tronco de un árbol, podemos ser arrancadas por una racha fuerte y empezar a dar vueltas sobre nosotras mismas. Sin destino. Desde la más alto, hasta el suelo más oscuro, frío y, en ocasiones, mojado. Nos puede pasar a cualquiera.
La historia
La hoja de la vida de Jairo, ha tardado DIECIOocho meses en caer hasta el suelo desde que la arrancaron del tronco de su cómodo trabajo en un restaurante de Dubái. En aquellas épocas, Jairo era un chico feliz, que acababa de llegar apenas un mes antes a Dubái. Había encontardo trabajo en un conocido restaurante de la ciudad y todo iba sobre ruedas. El viento acariciaba a Jairo en sus paseos por la playa y nada hacía presagiar que se convertiría en tormenta. Maldita aquella comida a la que fue con amigos y en la que probaron varios chupitos diferentes. Maldita la juventud incontrolable y malditas las palabras que nadie recuerda pero que ofendieron al taxista. Maldito el día.
Lo que sucediera entre Jairo y el taxista, lo que hablaran, lo que se dijeron, es algo que se ha quedado dentro de aquel taxi. Cuando llegó la policía, se encontraron a Jairo bebido, algo prohibido, porque en aquel momento tenía veinte años, y la edad mínima para beber en Emiratos es veintiuno. Fue en ese momento cuando la hoja de Jairo se rasgó del tronco al que se agarraba. El golpe letal se lo dio él mismo cuando abrió su maldita boca, mareada, desconectada en ese momento del cerebro, lo que propició que los policías le colocasen unas buenas esposas en las manos. Maniatado, con dolor, Jairo no recuerda, pero tampoco niega que se retorciera, lanzándose contra los policías, escupiendo frases inconexas. En sólo unos minutos, la hoja de Jairo, menor de edad, estaba lanzándose al precipicio desde lo más alto de su árbol.
La espera
Después vendrían doce eternos meses, eternos, en el fango, del que ha podido sobrevivir gracias a la ayuda de algunos amigos. Con el pasaporte retirado y el visado cancelado, Jairo perdió su empleo. De poco sirvieron las cartas de recomendación escritas por el restaurante. El destino ya estaba escrito en la arena. Sólo se podrá enderezar desde lo más bajo. En medio del huracán más fuerte que jamás pudo haberse imaginado, tuvo que dejar su piso y refugiarse en casa de almas solidarias. Su familia le envió 9000 dirhams para pagar la multa que aventuraban los abogados. En casa, no podían mandarle más. Jairo dejó de comer y de dormir; entró en depresión; adelgazó. Y así fue como, a través de una amiga, conoció a Milo, el gran apoyo emocional que necesitaba y que le ha devuelto un hilo de alegría. Milo es muy tranquilo y juguetón y le encanta correr por el parque y jugar con el resto de los perros.
Pero el tiempo va pasando y Jairo tiene que empezar a organizar su futuro. Un futuro que empezará cuando cumpla una pena de tres meses de prisión, le han dicho los abogados de oficio. Los jueces son magnánimos, pero Jairo sabe que habrá un castigo. No tiene quejas hacia los jueces, ni el sistema judicial. Las leyes son las leyes; su error fue desconocerlas. Por eso, meses antes de entrar en prisión estuvo organizando su regreso a España: cuando salga de la cárcel y sea expulsado. Su regreso y el de Milo. Milo, éste es su último cometido: encontrar a alguien que se encargue de Milo, mientras él no pueda hacerlo.
Y así fue como una hoja perdida y sucia, en el suelo, empezó a buscar un lugar para Milo. Y así fue como en medio de la tormenta de lluvia y viento que asolaba Dubái esos días, Jairo encontró el apoyo de la comunidad hispana para ayudarle. Su grito de ayuda apenas duró unas horas. Raquel, es el nombre de la solidaridad personificada. Ella también tiene su historia en el pasado, cuando se encontró sin trabajo y se dio cuenta de la importancia de las personas que están a tu alrededor. Después de la llamada de Raquel llegaron más nombres. De esos que te pones a escribir en una lista y te da miedo dejarte a alguien. Así que lo dejaremos en Raquel. Raquel también piensa que cuando lo pierdes todo y crees que no te queda nada, estás equivocado. Porque siempre está la solidaridad. Y con esa solidaridad llegaron respuestas de personas ofreciéndose a cuidar a Milo. Incluso una reconocida empresa de animales, PetsVille se ha ofrecido a cuidarle durante ese tiempo y a que la comida la abone un proveedor de alimentos de la empresa.
¿Y Jairo?
Jairo se emocionó con la respuesta que le dio comunidad hispana en tan sólo unas horas. Sus palabras son de agradecimiento constante. Tan sólo tiene un pequeño reproche a la Embajada Española, que al principio le llamaba cada semana para interesarse por él y porque ese interés fue decayendo a medida que pasaba el tiempo. No olvidemos que Jairo, apenas tenía 20 años cuando sucedió todo. Jairo, es menor. Es menor para beber, pero también para ir a una cárcel de adultos. Además no tiene antecedentes penales y está tremendamente arrepentido.
Tras meses y meses esperando sin fecha la decisión de los jueces, en la casa de un amigo, sin salir, sin vida, sólo acompañado de Milo, en mayo pasado Jairo entró en la cárcel para cumplir su sentencia. La primera: un mes por encararse ebrio a un taxista, pena de la que finalmente fue absuelto cuando ya la había cumplido. Y después vuelta a casa a esperar la segunda sentencia, que le condenó a tres meses por agredir a los policías.
El día 9 de septiembre de 2019, quedará marcado en la historia de Jairo como uno de los más felices de su vida. Sin ganas de hablar, envió una foto suya a bordo de un avión camino a Barcelona. Por fin había terminado la condena y se estaba cumpliendo su expulsión a España. De ese periodo en la cárcel, prefiere no hablar. Él dice que lo ve como un sueño, ni malo ni bueno. Un sueño que terminará dentro de unos días, cuando por fin vuelva a reunirse con Milo. Su compañero de viaje está apunto de subirse a un avión en Dubái rumbo a Escocia, donde ahora Jairo vivirá una temporada aprovechando que su novia Diana vive allí.
Mucha suerte Jairo y olvídate de sueños pasados. Disfruta de tus nuevos sueños.
Un abrazo muy fuerte Jairo, te llevamos en el corazón.